La voluntad del pueblo. Democracia y anarquía

Eduardo Colombo
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Rafael Barret, seguramente solicitado por la tristeza, escribe una frase profundamente desesperanzada: “Hay en el mundo una irreductible cantidad de sombra y amanece aquí porque anochece en otra parte”. Sin embargo, poco a poco, se ha ido insinuando una tendencia a integrar y unificar a los pueblos de la tierra. Si ella se realiza o se afirma, ¿se extenderá la luz del día o se prolongará la oscuridad de la noche? ¿Una tal tendencia llevará un día a construir la unidad fraterna del viejo ideal internacionalista, o cosmopolita, como prefería llamarlo Malatesta? Un mundo organizado en la igualdad sociopolítica y en la diferencia infinita de los seres, un mundo por la libertad del hombre.
O, contrariando el deseo, ¿se generalizará la terrible continuidad de las instituciones presentes, la mundialización del mercado capitalista, la acentuación de las diferencias de clase, aportando la opresión, la miseria y la explotación para el gran número, uniformando las poblaciones sometidas en la aceptación de la obediencia, al servicio de las minorías dirigentes? La Gran Revolución de 1789 abrió un espacio político creador de un nuevo imaginario social, invirtió la fuente del poder político, de la soberanía, y sustituyó la monarquía de derecho divino por la voluntad del pueblo. La revolución fundó la libertad sobre la igualdad.
Las revoluciones son esos momentos fuertes de la historia, momentos de reinstitucionalización del orden social en los que la acción humana desplaza los límites de lo posible. Pero el período revolucionario se cierra con el triunfo de una forma histórica determinada que reprime y oculta las formas alternativas, proscriptas así de la escena pública y condenadas a llevar una vida subterránea...

Tierra de Fuego. [6,00 euros]

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